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9,50 €Un poeta es su palabra. Y también sus silencios y su propio carácter. Hay poetas que sienten mucho y sin embargo dicen poco, pero profundamente. Bernardo Chevilly es uno de ellos. Apoyado en el silencio de la propia creación y en su amplio conocimiento de la música, nos va introduciendo en un mundo de pocas palabras, esencial dirÃamos, para transmitir una belleza sutil, basada en la inteligencia y el conocimiento. Chevilly es un poeta mesurado y de entraña lÃrica, que basa su lenguaje en la música y el sonido de las propias palabras, en ese filo que hay entre lo meramente musical y lo cognoscitivo. El poeta labora en la soledad y sabe que lo que nombra se marchita, como una ley inexorable de la fÃsica, la entropÃa. Es por ello que actúa con infinito cuidado en ese espacio mÃnimo del verso para dejar lo esencial, aquello que si quitásemos algo más ya no serÃa poema. Desde este punto de vista, Bernardo Chevilly es un poeta cuántico, que obra en un microcosmos diminuto que termina por explicar un macrocosmos infinito. Lo es en el sentido en que sabe que su arte es efÃmero por su propia fragilidad y belleza, con la caducidad del ocaso y con su eterno regreso. La memoria, y con ella la reconstrucción mediante un proceso mental de la propia vida, no sólo como experiencia, sino como sensación, son fundamentales. Porque es el poeta quien reordena el mundo. Aquà el poeta no sólo nombra, sino que investiga y descubre las partÃculas elementales del lenguaje y de la emoción para con ellas crear otros mundos posibles y paralelos, nuevas vivencias o recuerdos olvidados. En su libro Oratorio apócrifo (1983), cuatro elementos se unen para construir ese universo: la música, la luz, lo religioso y lo profano se revelan como el hilo conductor de la belleza. Ya el tÃtulo nos refiere a una pieza musical religiosa, pero irónicamente apócrifa, esto es, falsa, no auténtica o no de inspiración divina. Profundamente humana, pero con una religiosidad metafÃsica más que con la fe del carbonero. La ironÃa llega al máximo cuando en cada poema se nos avisa con un ad libitum de la posibilidad de tocar el pasaje a voluntad, cada uno con el tempo que crea conveniente. Religiosidad humana y libertad de acción, oratorio profano y amor fÃsico y metafÃsico, tan cercano al dolor.